[Reino de Sáyarot] El Bosque

OFF: Que me había trasladado... ¿qué tal estás? mucho frío por allí, eh???

ON:

Cuando desperté el sol se colaba por las rendijas de los árboles. Si hubiera sabido que podía hacerlo Khandar no habría tenido que ayudarme. Bebí abundante agua y dejé que Khenhènann estuviera un rato a sus anchas. Después seguimos avanzando hacia el este, aunque a un paso más lento, entre los árboles y las hojas caídas.

Off: Ok....como dijiste astral...pues no sabia si era fisico...

OFF: Ok, no pasa nada ^^

ON:

Al mediodía salimos del bosque por la zona norte y nos dirigimos a una aldea cercana. Había estado allí varias veces hacía varios años, pero temía que me reconocieran, así que con una daga estuve cortándome el pelo lo mejor que pude, hasta dejármelo algo más arriba de los hombros. Dioses, hacía más de una década que no llevaba el pelo así.
En la aldea estuve preguntando si habían visto a Ryan, describiéndolo lo mejor que podía, pero nadie parecía saber nada de un chico así. Atardecía ya cuando me di por rendida y regresamos bajo el refugio de los árboles con una hogaza de pan que me había dado una anciana.

Empezaba a sentir frío. El invierno se acercaba inexorable. Tuvimos que regresar a la aldea a por más ropa y quedarnos en una posada. No es que no tuviera dinero, pero pretendía reservarlo para asuntos de más necesidad.

Ahora sabía por qué no había querido dormir antes en la posada. Me hacía recordar el pasado y me hacía sentir terriblemente sola. Me abracé a la almohada en medio de la oscuridad. Había cerrado todo a cal y canto para que no pasara el aire frío. Aun así, seguía helada. El no estar alerta le permitía a mi mente detenerse en los recuerdos, lo que hacía que mi dolor fluyera hacia afuera. Por primera vez en cuatro días, empezaba a cuestionarme si lo que había hecho era correcto. Intenté no llorar, pero no pude evitar derramar alguna que otra lágrima. Después, ya más tranquila, me quedé dormida e hice que mis sueños fueran totalmente oscuros, negros, sin nada digno de ver, y así dormir en paz.

La mañana siguiente amaneció fría y nublada. Guardé la capa negra, que llamaba mucho la atención y me compré una mucho más gruesa, además de unos guantes. Durante ese día pude ir a dos o tres aldeas más, pero en ninguna habían visto a nadie que respondiera a la descripción de Ryan. Esa noche preferí descansar en el interior del bosque. Hice una pequeña fogata y me acurruqué junto a ella, aunque apenas conseguí dormir unas horas.

El día empezó igual que el anterior, y pensaba que a partir de ahora mi vida sería una auténtica y aburrida monotonía. No iba muy desencaminada.

Después de pasar por otra aldea, hacia el mediodía, encontré un grupo de hombres que intentaban acosar a una muchacha. Tras insistirles en que la dejaran en paz, tuve que ahuyentarlos con un poco de magia. Acompañé a la muchacha hasta su granja. Sus padres quisieron agradecérmelo, pero la chica me tachó de bruja y me echaron de allí.

Bueno, las viejas costumbres nunca cambian. Decidí no pasar por ningún sitio más, al menos ese día, y seguí caminando en solitario hasta que se puso el sol.

Los días transcurrían lentos, muy lentos. Ir de aldea en aldea, preguntando, nadie sabía nada y en algunas llegaban a echarme. La descripción de una bruja llegaba a algunos sitios y se iba extendiendo. Cada vez tenía menor radio de acción.

Una semana después de llegar al Reino, estaba completamente deprimida. Mi mente viajaba seis meses atrás y me decía cómo abría sido mi vida de no haber encontrado a Vedrick. Precisamente así: aburrida, monótona y mayormente exasperante. Cada día lo echaba más de menos, su mera presencia, nuestras conversaciones, el aprender algo nuevo cada día, de él y del mundo... todo se había acabado y hacía que me sumiera en una gran melancolía. Apenas dormía y en algunos momentos actuaba como una autómata, pero seguía adelante cada día, hasta que llegamos al límite del bosque.

Las aldeas que habíamos pasado no merecían siquiera llamarse así, pues apenas estaban formadas por media docena de casuchas y una veintena de personas. Ahora la población empezaría a ser más grande y, por tanto, habría más salteadores de caminos y más peligros a la vista. De hecho, ese día tuve dos altercados. El primero fue con una pandilla de muchachos que se habían llevado por la noche parte de la cosecha de un granjero. Se asustaron en cuanto me vieron mover una piedra sin tocarla y salieron corriendo. El segundo no fue tan fácil de sofocar.

- Vaya, vaya, ¿qué hace una princesita vagando por estos lares, em? - dijo un tipo barbudo.
- Quizá esté perdida y necesite un guía.
- ¡Yo soy un guía estupendo! - se declaró otro -. Todos los caminos que conozco conducen a mi lecho.
Los demás lo corearon con carcajadas. Me acerqué a Khenhènann con cuidado, pues había guardado las espadas en las alforjas, para no llamar la atención.
- Será mejor que os largués si no queréis terminar mal, chicos.
- Jajaja. ¿Qué vas a hacer? ¿Llamar a papá para que venga? ¿O al príncipe azul?
- En serio, no estoy bromeadno. Dejad el camino libre.
- Vamos, muñeca, no seas así - me agarró del brazo y me volvió hacia él -. Yo seré tu príncipe azul si quieres y...
No le dio tiempo a continuar. Desenvainé una daga y se la clavé apenas en el brazo, lo suficiente para que me soltara, aunque el tipo se puso a lloriquear como un idiota.
- ¡Me lo ha cortado! ¡Me lo ha cortado!
- Cobarde llorica - le espeté. Los demás se lanzaron sobre mí. Saqué una espada de la alforja y la interpuse entre el primero y yo. Lo cierto era que no quería lastimarlos; sólo eran unos pobres diablos, no era mi estilo.
- Jajaja. ¿Seguro que sabes usar eso, princesa?
Dejé caer la espada y le propiné una patada que lo lanzó hacia atrás, con la boca llena de sangre. Los demás acudieron en su ayuda y sacaron sus navajas, aproximándose a mí con ferocidad.
- En serio, no me obliguéis a mataros o yo...
No me dejaron terminar. Guardaron las armas y se dieron a la fuga, dejando a los heridos atrás, aunque estos no tardaron en levantarse y huir.
- ¿Estáis bien, señorita?
Me giré para ver quién había ahuyentado a esos buitres. Iba sobre un caballo de color miel y crines blancas, pero no fue la belleza de su montura lo que hizo que me quedara boquiabierta.
- ¿Ryan?
- ¿Dal? - el muchacho me miró desde arriba primero con desconcierto, y luego con gran alegría. Su rostro había cambiado mucho, ya no era el de un crío, pero su sonrisa seguía igual de arrebatadora que siempre -. ¡Dal!
- ¡Ray!
Bajó de su caballo y nos fundimos en un gran abrazo, alzándome en volandas por los aires.

- ¡Dal! Jaja
- ¡Ray! - reímos juntos.
- ¡Pensé que habías muerto!
- No, perdona, ¡yo pensé que habías muerto!
- Bueno, entonces ambos pensamos que estábamos muertos, ¿no?
- Me temo que sí.
- Jajajaja. ¿Dónde has estado todo este tiempo? ¿Y ese corte de pelo? La última vez que te vi así ni siquiera tenías tetas...
- Habrás crecido un par de centímetros, pero sigues siendo tan ordinario como siempre, Ryan.
- Bah, no digas bobadas. ¿Cuándo fue la última vez que nos vimos? ¿Dos años?
- Casi.
- Buah, pues recuerdo que entonces medíamos lo mismo, y ahora te saco una cabeza entera.
- No exageres - le regañé, poniéndome de puntillas.
- Jajaja. Bueno, te queda bien el corte, por si te interesa.
- Tú también estás muy bien. Nunca lo habría dicho, pero mejoras con la edad. Se te ve... más hombre.
- Oh, por supuesto. Y bien, ¿piensas contarme qué ha sido de ti todo este tiempo?
- Es una historia muy larga... y tú tienes que contarme la tuya también.
- Claro, tenemos todo el tiempo del mundo. Ven, conozco unas personas por aquí que nos darán refugio.
Estuvimos recordando el pasado durante el camino, un pasado feliz e idílico que me hacía volver a sentir como una niña. No pude encontrar una manera de decirle qué me había traído hasta allí, ni que había estado buscándolo toda una semana por los alrededores.

Una pareja ya mayor nos dio asilo en su pequeña granja, no muy lejos de allí. Al parecer, eran unos parientes de su esposa. Me contó que meses después de que mi padre lo enviara con otro grupo tuvo un altercado que lo dejó postrado en cama varios meses. Una familia se encargó de cuidarlo, y él y la hija se enamoraron. Ella se quedó embarazada y fue a dar a luz justo el día de la Fiesta de Primavera. Ryan se enteró cuando iba a medio camino y tuvo que darse la vuelta. Tardó un día entero en volver, pero para entonces ya era tarde: la chica no había sobrevivido al parto. Después se enteró de la aniquilación del poblado, y dos meses después, mientras estaba en una expedición, raptaron a su hijo.
- No recibí notificación de un rescate. Me dijeron que eran unos hombres grandullones con largas capas negras. Durante los últimos meses he intentado reunir información, pero nadie los ha visto.
Creo que ésa era la primera vez que lo veía así, deprimido, alicaído. Él siempre había sido la personificación de la felicidad y la alegría. Se notaba que había madurado, que el dolor lo había hecho crecer, igual que a todos.
- ¿Y tú? ¿Qué has estado haciendo?
- ¿Yo? Pues...
Recorté tanto la historia que me sentí como si estuviera mintiendo. No nombré ni a Vedrick ni a los Ocultistas, simplemente que había cruzado medio continente para formarme mágicamente en las Tierras del Ocaso. Le dije que unos amigos de mamá fueron a visitarla cuando encontraron la matanza y me llevaron allí, y tras varios meses me dijeron que no habían hallado su cuerpo y que seguramente estaría vivo.
Ambos nos fuimos poniendo al día sobre lo que nos había pasado a cada uno desde que nos vimos por última vez, y pasamos toda la noche en vela.

- Bueno, ¿y qué haces desde entonces? - le pregunté a la mañana siguiente, cuando paseábamos por los alrededores, dirigiéndonos hacia otra aldea.
- Pues... nada en especial. A veces me uno a algún grupo de mercenarios, o protejo a algún comerciante y tal, pero la mayoría del tiempo la paso vagando de un sitio a otro, intentando mantener el orden y buscar algo que me lleve hasta mi hijo.
- ¿Todavía piensas que puede estar vivo?
- Seguro. Si hubieran querido hacerle algún daño, ¿para qué se lo llevaron?
De verdad parecía muy esperanzado, y no quise rebatirle, pero yo no estaba tan segura. Su descripción podía coincidir con la de cualquier Ocultista, auqnue también con la de otro bandido. Pero sabiendo que el tema estaba relacionado conmigo, no había mucho que pensar.
Él día pasó en un suspiro, había tantas cosas que contar que parecía faltarnos tiempo... Pero llegó la noche y la hora de descansar, y yo volvía a sentir que me faltaba algo... algo que me aferrara a la realidad de nuevo, pues sentía que volvía a vivir en una mentira, y no podía salir de ella.

Cuando nos levantamos poco después de amanecer seguimos nuestro camino hacia el este. Volvíamos a recordar momentos de la niñez, cuando una nube de polvo en el horizonte interrumpió el hilo de mis pensamientos.
- ¿Qué es eso?
- El ejército del sur. Avanzan por el Camino Real hacia el norte.
- ¿El ejército del sur? ¿Qué es eso?
- Desde hace unas semanas se están reclutando soldados en la península de Orgrèim y en la de Flunesba. Supongo que ambas tropas confluirían en la capital y ahora se dirigen hacia el norte.
- Pero, ¿para qué? - aquello me parecía de lo más extraño. Esa nube de polvo tenía varios kilómetros de largo... tendría que ser un ejército increíblemente numeroso.
- No lo sé. ¿Quiéres que echemos un vistazo?
- Sí, pero acerquémonos con ciudado.
Aquello me daba muy mala espina.

Como suponía, el ejército era inmenso. Hordas y hordas de soldados se amontonaban y circulaban ordenadamente. Era tal la masa de gente que parecía imposible que todos hubieran salido del reino.
- Por lo que he oído, no sólo vienen de Sáyarot - dijo Ryan, anticipándose a mi pregunta -. Algunos han venido en barco desde Válagath, enviados por el rey Morvius desde Vóreghan, también de Kenzerabierth y las islas del sur. Incluso me han dicho que han venido rateros de Abyss, la ciudad más mugrienta que existe.
- ¿Y para qué quiere alguien tal ejército? Deben de ser miles y miles.
- Decenas de miles, según las últimas habladurías. Ambos ya sabíamos que el rey Reinard estaba loco, después de la matanza, pero esto indica que ha perdido por completo la chaveta. No sé qué pretende. Quizá conquistar la selva del norte, algo que nunca nadie ha conseguido hasta ahora.
- Pues hay que averiguarlo. Será mejor que nos separemos. Toma - saqué de una bolsa un pequeño colgante y se lo tendí.
- ¿Qué es esto? - preguntó, atrayéndolo.
- Es algo que hice para una persona... - finalmente, dejé que la cuerda se deslizara por mis manos, y Ryan se lo colocó alrededor del cuello -. Pero no tuvo ocasión de utilizarla, y ahora te servirá a ti. Sirve para comunicarnos a distancia. Si necesitas cualquier cosa, visualízame en tu mente y piensa lo que quieras decirme, yo te oiré.
- Vaya, es una cosa muy útil. Y es muy bonita. Madera de roble, ¿no es cierto?
- Sí, así es - murmuré, con un pequeño pinchazo en la boca del estómago.
- Bueno, no es mi favorita, pero la flor de cerezo está muy lograda. ¿Lo hiciste tú? ¿Desde cuándo se te dan bien las manualidades?
Sonreí con tristeza.
- Será mejor que nos pongamos en marcha - descendí de Khenhènann y me encaminé hacia un extremo del campamento -. Intenta ser discreto, ¿de acuerdo? Ambos hemos cambiado mucho en este tiempo. Hay muchas cosas que desconoces de mí, al igual que yo de ti.
"Quizá demasiadas" pensé mientras me alejaba y veía cómo Ryan se marchaba por otro lado.

Deambulé por los límites del ejército durante horas, pero no había manera de realizar una incursión ente sus filas ordenadas, y así no podía una enterarse de nada.

Cuando empezó a atardecer se empezó a preparar el campamento, y entonces tuve la ocasión de moverme entre las tropas. No escaseaban las prostitutas, así que me deshice de una de ellas, dejándola inconsciente y cambiándome de ropa.

Las conversaciones de los soldados eran plenamente insustanciales: que si la comida, las armas, las mujeres... nada que hicera saber adónde se dirigían ni con qué fin.

Llegué finalmente a donde se hallaban las tiendas más ostentosas, y supuse que allí podía recabar más información. En una se estaba celebrando un encuentro del que no quería ser testigo, en otra ya se oían ronquidos, y en alguna más el ruido propio de los borrachos. Casi desesperada, llegué a la última. Hablaban del rey Rodrick y su ejército: no parecía que estuvieran muy de acuerdo. Un hombre salió de ella y pude distinguir dos voces:

- Lo cierto ess que es de entender. ¿De verdad se necesita tanta gente para acabar con las dríades?
- No, claro que no, pero en Torre Oscura no queremos sorpresas. No les vamos a dejar tiempo para pensar si pueden unirse o no a la rebelión de los elfos. Llevan clamando libertad mucho tiempo y no vamos a dejar que cobren ventaja. Bastante tenemos ya.
- Pero Borkmel, no...
- No eres nadie para cuestionar decisiones de arriba. Cuando lleguemos a la Torre Fronteriza, entonces replícale a Welmevir, yo me limito a guiar a esta escoria hasta Perelín.

- ¿Te has perdido, bonita?

Me sobresalté al oír una voz a mi espalda. Me giré de inmediato y vi quién me hablaba. Un hombre grandullón, de aspecto feroz, pero más borracho que una cuba.

- Me parece que sí, quizá pueda mostrarme el camino hacia la tienda de un soldado - contesté con mi sonrisa más encantadora.

- ¿Qué soldado? - preguntó confuso.

- Em... pues... Thyrke creo que se llama o algo así.

- No me suena ese nombre... De todas formas, conozco otro soldado que estará encantado de pasar la noche contigo - el tipo me agarró de la cintura, tan fuerte que ahogó mi protesta, y me llevó hasta un lugar alejado del campamento, lejos de las tiendas donde se arracimaban los demás. Tenía un olor nauseabundo, mezcla de alcohol, sudor y polvo. En cuanto estuvimos lo suficientemente lejos para que nadie nos escuchara, absorbí parte de su energía, la suficiente para que aflojara el brazo con que me tenía cogida, y cayera presa de un fuerte sopor. Con un poco de suerte, al amanecer todavía no estaría recuperado.

Asqueada, intenté olvidar el pegajoso tacto de aquel idiota, y le di un pequeño puntapié en el brazo, enfadada. Por su culpa me había perdido parte de la conversación. Me concentré y visualicé a Ryan en mi mente, dispuesta a contactar con él para ver qué había averiguado.

Ryan no había averiguado mucho más que yo. Por eso, había decidido quedarse y hacerse pasar por mercenario para ver si podía averiguar algo. Yo no estaba muy de acuerdo, pero sabiendo lo terco que podía ser Ryan, no me quedaba más remedio que dejarlo.

Recogí nuestras cosas y me trasladé a un lugar al norte, apartado del campamento, pero no demasiado lejos. Estaba cerca de un pequeño manantial, así que aproveché para darme un baño y cambiarme de ropa, mientras esperaba noticias.

Al amanecer, el ejército empezó la marcha, pero estuve sin saber nada de Ryan todo el día.